sábado, 28 de febrero de 2009

Los placeres y los dias

Aunque tardé todavía trece días más en publicar la primera entrada, un 28 de febrero como hoy comencé la creacción de este blog. Desde entonces han sido 240 entradas a un ritmo de 20 mensuales en las que he intentado hablar sólo de las cosas que me gustaban y en alguna ocasión de las que no. De alguna manera para darme a conocer, no tanto a vosotros sino como a mi mismo. Gracias a este ejercicio, he aprendido, he conocido gente y he cumplido con una promesa que hice hace algo más de un año.

Lo extrañamente paradójico de todo, es que una de las actividades que me proporciona total y sincero placer es la lectura, y en todo un año de Hi-Fiction, he hablado de libros, pero no he dedicado una sola entrada a uno de ellos específicamente. Esta, la última del primer ciclo y que puede ser la antesala de la nueva época, está dedicada a un libro de relatos de Marcel Proust. Intentar contar algo de él sería estúpido por mi parte, así que aquí os dejo un fragmento de uno de esos relatos titulado La Muerte de Baldassare Sylvande y con él un fuerte abrazo a todos los que seguis este espacio. Gracias!

Al día siguiente de la visita de Alejo, el vizconde de Sylvania había partido para el castillo vecino donde debía pasar tres o cuatro semanas y en donde la presencia de numerosos invitados podía distraer la tristeza que seguía a menudo a sus crisis. Muy pronto todos los placeres se resumieron para él en la compañía de una joven que se los duplicaba, al compartirlos.

Creyó sentir que la amaba, pero mantuvo sin embargo cierta reserva con ella: la sabía absolutamente pura, aunque impaciente por la espera de la llegada de su marido; además, no estaba seguro de amarla verdaderamente y percibía vagamente qué pecado sería arrastrarla a obrar mal. En qué momento se habían desnaturalizado sus relaciones, nunca pudo recordarlo. Ahora, como en virtud de tácito acuerdo, cuya época no podía determinar, le besaba las muñecas y le pasaba la mano en torno al cuello. Parecía tan feliz que una tarde hizo más aún empezó por abrazarla; luego la acarició largamente y la besó de nuevo sobre los ojos, sobre la mejilla, sobre los labios, en el cuello, en los ángulos de la nariz. La boca de la joven, sonriendo, se adelantaba a las caricias y sus miradas brillaban en las profundidades como un agua entibiada de sol. Las caricias de Baldassare se habían hecho más audaces, sin embargo; en determinado momento, la miró; le sorprendió su palidez, la infinita desesperación que expresaban su frente muerta, sus ojos afligidos y cansadosque lloraban, en miradas más tristes que lágrimas, como latortura soportada durante la crucifixión o después de la pérdida irreparable de un ser adorado. La contempló un instante; y entonces en un esfuerzo supremo, elevó hacia él sus ojos suplicantes que pedían merced, al mismo tiempo que su boca ávida, con un movimiento inconsciente y convulso, de nuevo solicitaba besos. Envueltos de nuevo ambos, por el placer que flotaba en torno, en el perfume de sus besos y el recuerdo de sus caricias, se echaron uno sobre otro cerrando los ojos desde entonces, esos ojos crueles que les señalaban la desolación de sus almas; no querían verla y sobre todo él cerraba los ojos con todas sus fuerzas, como un verdugo atormentado de remordimientos, al que ha de tembIarle el brazo en el momento de herir a su víctima, si en lugar de imaginarla aún excitante para su rabia y obligándolo a satisfacerla, podía mirarla de frente y sentir por un momento su dolor. Había caído la noche y ella aún estaba en su cuarto, con los ojos vagos y sin lágrimas. Se fue sin una palabra, besándole la mano con apasionada tristeza. Él sin embargo no lograba dormir y si se adormecía por un instante, se estremecía al sentir levantados sobre él los ojos suplicantes y desesperados de la suave víctima.

De pronto se la imaginó tal como debía estar ahora, sinpoder dormir tampoco y sintiéndose tan sofa. Se vistió,caminó suavemente hasta su cuarto, sin atreverse a hacerruido para no despertarla si dormía, sin atreverse tampoco a volver a su cuarto, donde el cielo y la tierra y su almalo asfixiaban con su peso. Se quedó ahí, en el umbral de lahabitación de la joven, creyendo a cada instante que nopodría contenerse un solo instante más y que entraría; luego, espantado ante la idea de romper ese dulce olvidoque dormía ella con un aliento, cuya pareja dulzura percibía, para entregarla cruelmente al remordimiento y la desesperación, fuera del acecho de los cuales encontraba re-poso por un momento, se quedó ahí en el umbral, tan prontosentado, tan pronto de rodillas, tan pronto acostado. Por la mañana volvió a su cuarto, friolento y calmado, durmió largo rato y se despertó lleno de bienestar. Se ingeniaron recíprocamente en tranquilizar sus conciencias, se acostumbraron a los remordimientos que disminuyeron, al placer que también se hizo menos vivo y cuando regresó a Sylvania, no conservó, como ella, sino un recuerdo dulce y algo frío de esos minutos inflamados y crueles.


Marcel Proust, Los Placeres y Los Dias

2 comentarios:

Jokin Aspiazu dijo...

Pues chico, yo me siento parte del reducido pero selecto grupo de los que de vez en cuando te dejan algún comentario. Brindo por ello con la última cerveza de mi despensa. Por el blog, por el blogger, por los que dejamos comentarios y por los que los leen.

S!

Hi-Fiction dijo...

Y lo agradecido que te estoy por cada uno de ellos.

Salud!!